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sábado, 11 de marzo de 2017

Una historia de la lectura - Alberto Manguel



Una historia de la lectura
Alberto Manguel
traducción de Eduardo Hojman
Siglo Veintiuno Editores

(Buenos Aires)
El escritor Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) confiesa en este libro tener en 
común con lectores famosos como Aristóteles, Virgilio, santo Domingo, Fra
Angélico, Paolo y Francesca, Valentina Balbiani, san Jerónimo, 
Erasmo de Rotterdam, María Magdalena, Charles Dickens, Jorge Luis Borges 
 - en posturas de lectores como indican las ilustraciones que 
acompañan el texto - sus gestos y su arte, así como el placer, la responsabilidad y 
el poder que encuentran en la lectura. Una de las ilustraciones corresponde al 
Niño Jesús en el templo, por discípulos de Martin Schongauer, con la mano en la 
página derecha del libro que tiene abierto sobre las piernas, explicando a los 
doctores del templo mientras ellos, asombrados pero escépticos, pasan las páginas
de sus respectivos volúmenes en busca de una refutación. También una ilustración
de un autor anónimo de dos estudiantes islámicos. 
Manguel fue un lector precoz, ya que afirma que a los cuatro años descubrió que
podía leer, primero letras en un libro y después empezó a leer todo: libros, pero 
también carteles, anuncios, la escritura pequeña en el dorso de los boletos de los
tranvías, las cartas tiradas a la basura, los periódicos arruinados que encontraba
debajo de los bancos del parque, las pintadas, las contracubiertas de las revistas
que otros viajeros leían en el autobús. Así comprende a Cervantes, que leía hasta
los papeles rotos de las calles y para eso hasta  rebuscaba en la basura. Y también el 
culto al libro (ya sea en pergamino, en papel o en la pantalla) como uno de los 
dogmas de una sociedad que lee y escribe. 
En el caso de Kafka, Manguel dice: "...Kafka elaboró una manera de leer que le
permitía no sólo descifrar palabras sino, al mismo tiempo, dudar de su habilidad
para descifrarlas, insistiendo en entender el libro, pero sin confundir las circunstancias,
como si al mismo tiempo estuviera respondiendo al profesor de lenguas clásicas que
se burlaba de su falta de experiencia y a sus antepasados rabínicos para quienes un texto
debe tentar continuamente al lector con la posibilidad de nuevas revelaciones...".
Kafka no creía que se pudiera adquirir experiencia de manera indirecta:"...Un libro
no puede ocupar el sitio del mundo. Eso es imposible. En la vida, todo tiene su 
propio significado y su propia finalidad, para lo que no puede haber ningún 
sustituto permanente. Un hombre, por ejemplo, no puede adquirir experiencia
de manera indirecta, y ésa es la relación de los libros con el mundo. Uno trata
de aprisionar la vida en un libro, como a un pájaro en una jaula, pero no sirve 
de nada...".
Alberto Manguel relata el viaje que hizo en 1989 a Irak, dos años antes de la
Guerra del Golfo, para ver las ruinas de Babilonia y la torre de Babel. Encontró
"muchas ciudades sucesivas en el tiempo pero simultáneas en el espacio" - la
Babilonia de la era acadia, una pequeña población del 2350 a. C.; la Babilonia
donde un día del segundo milenio a.C. se recitó por primera vez la epopeya 
de Gilgamesh, que incluye uno de los relatos más antiguos del Diluvio
universal; la Babilonia del rey Hammurabi, del siglo XVIII a. C., cuyo
sistema legal fue uno de los primeros intentos de codificar la vida de toda
una sociedad; la Babilonia destruída por los asirios en el 698 a. C; la
Babilonia reconstruida por Nabucodonosor, quien cerca del 586 a.C. puso
sitio a Jerusalén, saqueó el templo de Salomón y llevó a los judíos al
cautiverio, quienes luego se sentaron junto a los ríos y lloraron; la 
Babilonia del hijo o nieto de Nabucodonosor, el rey Baltasar, el primer
hombre que vio, escdrita en la pared, la temible caligrafía del dedo
de Dios; la Babilonia que Alejandro Magno se propuso convertir en la
capital de un imperio; Babilonia la Grande evocada por san Juan, Madre
de Rameras y abominación de la Tierra, que hizo beber a todas las naciones
el vino  de la ira de su fornicación. Y por último la Babilonia del taxista
que conducía al escritor, un lugar cercano al pueblo de Hillah. 
Aquí - dice Manguel - (o al menos no muy lejos de aquí), según sostienen
los arqueólogos, empezó la prehistoria de los libros. 
En ese capítulo donde detalla esta experiencia del viaje, el autor define
la paradoja de la relación entre escritor y lector: "... al crear el papel de
lector, el escritor también decreta su propia muerte, ya que para que 
un texto esté terminado el escritor debe retirarse, dejar de existir. Sólo
cuando el escritor abandona el texto, éste cobra existencia. En ese 
momento, la existencia del texto es silenciosa hasta que el lector lo lee.
Sólo cuando ojos capacitados entran en contacto con los signos de la
tablilla comienza la vida activa del texto. Toda escritura depende de 
la generosidad del lector...". 
El inventor de las primeras tablillas, en una misteriosa tarde mesopotámica,
probablemente logró realizar algo en apariencia imposible:  al transmitir un 
número, una noticia, un pensamiento, una  orden sin la presencia del mensajero, 
se registraba y se transmitía a través del espacio y más allá del tiempo. 
Una historia de la lectura es un libro ameno, con muchas ilustraciones y evidencia
un gran trabajo de investigación y amor por la lectura. 
Peter Ackroyd dijo: "Manguel fue un lector precoz e infatigable. "La verdad - escribe -
es que no puedo recordar un tiempo en que no viviera rodeado de mi biblioteca. 
Cuando tenía 7 u 8 años, mi cuarto parecía una Alejandría en miniatura".
Hay quienes aman al conocimiento, y hay quienes aman la lectura. Manguel está 
entre los últimos. No se trata, en su caso, de ignorancia,
sino de un saber que tiene la impronta alusiva y elusiva que comúnmnete se asocia con
la lectura. No traza teorías generales ni afirmaciones definitivas. Su método se nutre de
la asociación y el hallazgo casual. Él mismo es un "erudito casual" en la tradición de Robert
Burton o de Thomas Browne; un cazador de tesoros recónditos.  

Alberto Manguel nació en Buenos Aires en 1948 y vivió parte de su infancia en Tel Aviv, 
ya que su padre era el embajador argentino en Israel. La familia regresó a la Argentina cuando
él tenía 7 años. A partir de 1968, vivió en Francia, Inglaterra, Italia y Tahití, desempeñándose
como editor, traductor y escritor.
En 1980 escribió, junto con Gianni Guadalupi, Guía de lugares imaginarios. Le siguieron Diario de
lecturas, El regreso, La ciudad de las palabras: mentiras políticas, verdades literarias, Todos los hombres son mentirosos, Una historia de la lectura, La biblioteca de noche, Conversaciones con un amigo y Una historia natural de la curiosidad, entre otras obras.
Ha colaborado en diversos medios y publicaciones, y ha recibido numerosos reconocimientos a su 
obra y su trayectoria. Volvió a la Argentina en 2016, al ser designado director de la Biblioteca Nacional.