miércoles, 6 de marzo de 2013

Las imágenes del universo - Marcelo Leonardo Levinas



Las imágenes del universo
Una historia de las ideas del cosmos
Marcelo Leonardo Levinas
Siglo Veintiuno Editores

(Buenos Aires)

La colección Ciencia que ladra de Siglo Veintiuno Editores publicó Las imágenes del universo - Una historia de las ideas del cosmos - de Marcelo Leonardo Levinas. Este libro cuenta la historia de lo que pensaron los que miraron hacia arriba, e imaginaron un universo, o varios. En otras palabras, cuenta la historia de las cosmologías que las sociedades fueron imaginando, inventando y, en unos pocos casos, comprobando, para poder entender un poco más de qué se trata.
Como en el cuento de Bradbury, "La niña que iluminó la noche", Levinas nos ayuda a apagar las luces de nuestras casas y, al mismo tiempo, encender la noche, los sapos, las estrellas, los grillos, y sobre todo, las imágenes del  universo.
Durante un largo período, la tradición griega quedó casi olvidada o fue acoplada a un neoplatonismo adaptado a  las ideas cristianas. La visión de lo natural y de la estructura del universo se retrotrajo a ideas muy antiguas, signadas por su vínculo con las Escrituras. Pero hacia el final del período se formalizó una nueva adaptación del pensamiento griego y el cristiano después de que el primero, fundamentalmente el aristotélico, fuera redescubierto, en gran medida gracias a los árabes. La síntesis fue espectacular, ardua y contradictoria. Las discusiones de algunos problemas, largamente estudiados por los griegos, se constituyeron en germinales para la futura revolución en el pensamiento. En particular, el problema del movimiento de los cuerpos fue críticamente revisado, con futuras consecuencias en la  física y en la astronomía.  El viejo universo sucumbía ante una nueva realidad. En Europa se operaba una transición hacia nuevas formas de  vida que trajeron aparejados sustanciales cambios en los modos de producción, el consumo y la distribución de la riqueza, en asociación con renovaciones técnicas e importantes invenciones que influyeron en el carácter y en la  posesión del conocimiento. Se provocó la sincronización del tiempo y su universalización: su nuevo transcurrir resultaba independiente de la época del año y del lugar. El tiempo se transformó en un parámetro común a los procesos sociales y a los fenómenos naturales. La presión ejercida por la renovada geografía sobre la cartografía como producto de la expansión económica y de los nuevos descubrimientos, contribuyó a la cuantificación del espacio y a la exactitud en el cálculo y la medida.
El Renacimiento reflejó en el arte un nuevo realismo, el Humanismo promovió la condena intelectual del único  sistema completo disponible: el aristotélico, y la Reforma provocó la revisión de las interpretaciones autorizadas de  lo revelado, mediatizadas, hasta entonces, por la Iglesia. En el sistema de Copérnico se reflejaban, simultáneamente, la coexistencia y la lucha entre los elementos tradicionales y las nuevas ideas. La pregunta inevitable y crucial que trajo aparejada fue si la astronomía se refería  a hechos reales, ya que, de ser así, la exposición matemática de los fenómenos celestes debía emerger como  una descripción apropiada de la realidad material, con resultados que ponían en duda toda la física aristotélica y la interpretación literal de las Escrituras. Es por eso que en un prólogo incorporado al libro de Las revoluciones, redactado por su editor, se reivindicaban las virtudes teóricas del modelo y su empleo como instrumento adecuado para el cálculo y a todos los efectos prácticos, pero también se prevenía al lector para que tomase el contenido del texto como un mero conjunto de hipótesis, sin un vínculo efectivo con lo que verdaderamente acontecía en los cielos.
En su libro de Las revoluciones, Copérnico dijo guiarse por una intención simplificadora, pero lo cierto es que ofreció un sistema que resultaba en muchos puntos tanto o más complicado que el sistema geocéntrico ptolemaico, al que criticó por demasiado complejo y hasta monstruoso.  La curiosa suerte de su libro, que contenía resultados que la Iglesia emplearía años después para reformar su  calendario, reveló la lucha por establecer quién tenía autoridad para definir la realidad e interpretarla.  La fuerza que posee aquello que históricamente se impuso es la fuerza de lo irreversible, es la fuerza de lo necesario. El hombre posee sus mecanismos de conocimiento, pero es cada sociedad la que da lugar y permite definir los problemas, las metodologías, las verdades, la propia noción de verdad, por más teóricos que sean los problemas o  por más alejados que estén de la vida práctica. No es imprescindible que todo el mundo comprenda el contenido de la actividad científica y sus formas de conocimiento, basta que ella alcance prestigio. Precisamente, las características y el triunfo de la revolución científica no tuvieron mucho que ver, en lo intelectual, con el sentido común de la gente común. Y es que, por lo general, la gente común, para llevar a cabo sus actividades, no requiere conocer el fundamento de aquellas verdades que en un momento dado se consideran fundamentales. Aunque el público padece los efectos de la ciencia e incluso puede coparticipar de su pensamiento en el nivel de la divulgación, como sucedió en su momento con El mensajero de los astros.  La verdadera participación del público se da a través de lo social, porque es así como se modifican las ideas dominantes e interviene con peso la historia. Es la sociedad la que en definitiva, afecta hasta las formas más refinadas de conocimiento y da lugar y sentido a las interpretaciones.



Marcelo Leonardo Levinas es Profesor en Filosofía y doctor en Física por la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Conicet. Profesor titular de Historia Social de la Ciencia y de la Técnica en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Ex director del Departamento de Historia de esa universidad. Ha publicado numerosos trabajos en física teórica, en filosofía e historia de las ciencias y en didáctica de las ciencias naturales y sociales. Entre otros libros, es autor de Conflictos del conocimiento y dilemas de la educación (1998). Como escritor de ficción, es autor de tres novelas: Visitantes en la memoria (1994), El último crimen de Colón (2001; finalista del Premio Planeta) y El último final (2005).




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