martes, 23 de julio de 2013

Cordelia en Guatemala - Graciela Cros



Nueva edición de "CORDELIA EN GUATEMALA"
Graciela Cros
Ediciones La liebre gris,  Bariloche, junio 2013.


(Buenos Aires)

De cómo Graciela Cros dio a luz a “Cordelia en Guatemala”,
atravesando otras Cordelias y otras lenguas en el transcurso de su saga.


Hacer de lo imaginario una virtud

El concepto de creación ex-nihilo es desarrollado por Lacan en su Seminario 7, “La ética del Psicoanálisis”, donde habla de un vacío (una nada, un agujero) que “crea”
o a partir del cual se crea. (Modelamos esa nada porque somos naturalmente alfareros). La metáfora del alfarero la toma del Antiguo Testamento, pero para Lacan la creación ex nihilo crea en el mundo natural por medio de la irrupción de La Palabra. Cuando leemos “Cordelia en Guatemala”, podríamos llegar a creer que estamos ante un verdadero libro  (un cuerpo,  un objeto artístico, una construcción de palabras, un edificio neoclásico ligeramente parecido a un calabozo como un grabado de Piranesi).


Pero no.


Lo que tenemos entre manos es un vacío, un hueco, un huevo hueco en su vacío. La empolladura de la materia poética en su perfecta anomalía de objeto sin acabar. La noticia es que Graciela Cros ha puesto un artefacto estético de singularidad extrema a circular por el mundo de la Poesía.
Hueco, huevo, empolladura hueca. Desde ese vacío se desenrolla el mutis por el foro, una auténtica despedida: del canon patriarcal, del lugar común “poesía escrita por mujeres”, de cualquier clase de señuelos (hasta un hijo - vástago- podría convertirse en “señuelo”). Los “señuelos”, al parecer, estarían destinados a la muerte, a la danza juvenil de una pelvis, a la más burda mutilación: “dedos cortados a cuchillo”. Únicamente los ex poetas, “estrategas en blanco y negro”, fabricarían “señuelos”. Esta Cordelia, en lugar de señuelos, habría podido impulsar otra clase de objetos, a saber:
a) una elegía (a la muerte de su padre),
b) un treno (a la muerte de su amor Cara de caballo Juan Cassavettes);
c) un señuelo (hijo -vástago- o anzuelo recubierto de brillantina carmesí o film en blanco y negro).


Pero no.



Cordelia en Guatemala (21 lenguas aborígenes habla, pronuncia, fuma), a diferencia de “La niña de Guatemala, la que se murió de amor” (José Martí dixit), “mueve la propia lengua”, “construye un instrumento de sentir”, “TRABAJA TRABAJA TRABAJA” la máquina verbal; como si dijéramos que Cordelia, ex nihilo, crea crea crea en el mundo natural por medio de la irrupción de las palabras tramadas en su lengua. Con ellas modela la nada, lo vacío, coloca la cáscara, bordea, desova (aquí, la función poética del lenguaje, impuro deslizarse de los sentidos, nos trae a Susana Thénon, otra gran desovante): Cordelia des-ova UN HUEVO.
Pero no.


Luego de haberse derramado en sus algodones menstruales, Cordelia anida por fuera de su útero, se prepara a desovar en el exterior de su cuerpo. Habiendo enterrado a su padre, ello será su matria; habiendo olvidado su infancia, ella será la extranjera que aún no ha dicho su palabra porque todavía es una Cordelia visitada por la muerte. Desde ese más allá que aporta la extranjería, habrá de construir su más acá (“parcela” es palabra clave en esta saga; en una parcela de tierra yace el cadáver del padre; con aguja e hilo, Cordelia coserá su parcela de abrigo en este mundo: el huipil).


Pero no.


Habrá filtraciones (como ocurre en las parcelas de los enterramientos nuevos): extranjera en busca de su palabra, es visitada por la muerte, y en mitad del dolor, Cordelia pondrá un huevo. Y comenzará a empollarlo, “Hija fiel a solas con su huevo”.


Pero no.

El empollamiento supuso la caída de Cordelia en su túnel, en su duelo (duelo de su anterior persona, CORDELIA HIJA DE CORDELIA, no por casualidad hablante y exhalante en 21 lenguas matrices): miró dentro del huevo, no vio nada. El huevo, acaso ese agujero en blanco y negro donde antes hubo infancia, era un vacío donde estaba cuajando su condición de abandonable. (“Y en la caída oyó su voz de niña gritar llena de espanto”). Entonces, a lo largo de 100 versos, Cordelia llora. Interminablemente llorará por la pérdida del sentido otorgado a las cosas cuando se es abandonado por la voz de la infancia -voz siempre previa a la lengua que se alcanza en cierta Edad de Oro-. En tanto, por el muñón configurado en lo siniestro de la siniestra sangre, goteará sangre sobre el huevo  (esto es el misterio del poema,  el ombligo de un sueño, escena plena de inaccesibilidad).


Abandonar, cesar, renunciar

A solas con su huevo, la hija fiel, Cordelia, en el transcurso de su larga caída se mira sin contemplaciones. Y lo que ve, es básicamente “UNA MUJER QUE EMPOLLA UN HUEVO”.
Esa mujer, al mirar dentro del huevo, no ve nada. O, acaso, ve la nada primigenia en su huevo nonato.         
Abandonadas las certezas que configuraran los  rumbos de la pasada vida de Cordelia antes de los enterramientos y sus filtraciones, más allá de cualquier deuda hacia ninguna genealogía o proliferación de lenguas, indecidiblemente cerca / lejos del lado verdadero / falso del estupefaciente hongo de la más vida de la lengua, Cordelia, no más aquélla de “ovario florecido”, se decide a mirarse en el espejo de Cordelia, una cara en primera persona: Cordelia des-ova UN HUEVO.


Hallar consuelo


Cordelia se ha despedido de la pelvis flamígera y ahora es aquélla que moverá la lengua, lengua con la que la poesía nos trabaja. Para que no reine la sombra (como cuando Cordelia era sólo hija, fiel cordera);  para no retornar-se a “su agonía, su conversión más tarde, su estadio de iguana”, ella habrá de irrumpir con palabras de su lengua en lo aún no creado. Elaborará un artefacto. Trabajará un instrumento. Construirá una máquina. Fabricará un señuelo VERDADERO: “Cordelia en Guatemala”.
Extraterritorial-mente, Cordelia des-ovó UN HUEVO. Ese UN HUEVO es Cordelia en Guatemala, UNA  POÉTICA.


(c) Alicia Silva Rey.







2 comentarios:

  1. Gracias a Alicia Silva Rey, poeta y aguda crítica, por esta enriquecedora lectura de Cordelia y al blog de Araceli Otamendi, un placer compartir este espacio fecundo. Cariños, Graciela Cros

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  2. Un abrazo y mi agradecimiento a Alicia Silva Rey por su atenta y lúcida lectura y a Araceli Otamendi por permitirnos compartir este espacio fecundo y enriquecedor. Cariños, Graciela Cros

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