Nueva edición de "CORDELIA EN GUATEMALA"
Graciela Cros
Ediciones La liebre gris, Bariloche, junio 2013.
(Buenos Aires)
De cómo Graciela Cros dio a luz a “Cordelia en
Guatemala”,
atravesando
otras Cordelias y otras lenguas en el transcurso de su saga.
Hacer
de lo imaginario una virtud
El concepto de creación ex-nihilo
es desarrollado por Lacan en su Seminario 7, “La ética del Psicoanálisis”,
donde habla de un vacío (una nada, un agujero) que “crea”
o a partir del cual se crea. (Modelamos
esa nada porque somos naturalmente alfareros). La metáfora del alfarero la toma
del Antiguo Testamento, pero para Lacan la creación ex nihilo crea en el mundo
natural por medio de la irrupción de La Palabra. Cuando leemos
“Cordelia en Guatemala”, podríamos llegar a creer que estamos ante un verdadero
libro (un cuerpo, un objeto artístico, una construcción de
palabras, un edificio neoclásico ligeramente parecido a un calabozo como un
grabado de Piranesi).
Pero no.
Lo que tenemos entre manos es un
vacío, un hueco, un huevo hueco en su vacío. La empolladura de la materia
poética en su perfecta anomalía de objeto sin acabar. La noticia es que
Graciela Cros ha puesto un artefacto estético de singularidad extrema a
circular por el mundo de la
Poesía.
Hueco, huevo, empolladura hueca.
Desde ese vacío se desenrolla el mutis por el foro, una auténtica despedida:
del canon patriarcal, del lugar común “poesía escrita por mujeres”, de
cualquier clase de señuelos (hasta un hijo - vástago- podría convertirse en
“señuelo”). Los “señuelos”, al parecer, estarían destinados a la muerte, a la
danza juvenil de una pelvis, a la más burda mutilación: “dedos cortados a
cuchillo”. Únicamente los ex poetas, “estrategas en blanco y negro”,
fabricarían “señuelos”. Esta Cordelia, en lugar de señuelos, habría podido
impulsar otra clase de objetos, a saber:
a) una elegía (a la muerte de su
padre),
b) un treno (a la muerte de su
amor Cara de caballo Juan Cassavettes);
c) un señuelo (hijo -vástago- o
anzuelo recubierto de brillantina carmesí o film en blanco y negro).
Pero
no.
Cordelia en Guatemala (21 lenguas
aborígenes habla, pronuncia, fuma), a diferencia de “La niña de Guatemala, la
que se murió de amor” (José Martí dixit), “mueve la propia lengua”, “construye
un instrumento de sentir”, “TRABAJA TRABAJA TRABAJA” la máquina verbal; como si
dijéramos que Cordelia, ex nihilo, crea crea crea en el mundo natural por medio
de la irrupción de las palabras tramadas en su lengua. Con ellas modela la nada, lo vacío, coloca la cáscara,
bordea, desova (aquí, la función poética del lenguaje, impuro deslizarse de los
sentidos, nos trae a Susana Thénon, otra gran desovante): Cordelia des-ova UN HUEVO.
Pero no.
Luego de haberse derramado en sus
algodones menstruales, Cordelia anida por fuera de su útero, se prepara a
desovar en el exterior de su cuerpo. Habiendo enterrado a su padre, ello será su matria; habiendo olvidado
su infancia, ella será la extranjera que aún no ha dicho su palabra porque
todavía es una Cordelia visitada por la muerte. Desde ese más allá que aporta
la extranjería, habrá de construir su más acá (“parcela” es palabra clave en
esta saga; en una parcela de tierra yace el cadáver del padre; con aguja e hilo,
Cordelia coserá su parcela de abrigo en este mundo: el huipil).
Pero no.
Habrá filtraciones (como ocurre en
las parcelas de los enterramientos nuevos): extranjera en busca de su palabra,
es visitada por la muerte, y en mitad del dolor, Cordelia pondrá un huevo. Y
comenzará a empollarlo, “Hija fiel a solas con su huevo”.
Pero no.
El empollamiento supuso la caída
de Cordelia en su túnel, en su duelo (duelo de su anterior persona, CORDELIA
HIJA DE CORDELIA, no por casualidad hablante y exhalante en 21 lenguas matrices):
miró dentro del huevo, no vio nada. El huevo, acaso ese agujero en blanco y
negro donde antes hubo infancia, era un vacío donde estaba cuajando su condición
de abandonable. (“Y en la caída oyó su voz de niña gritar llena de espanto”). Entonces,
a lo largo de 100 versos, Cordelia llora. Interminablemente llorará por la
pérdida del sentido otorgado a las cosas cuando se es abandonado por la voz de
la infancia -voz siempre previa a la lengua que se alcanza en cierta Edad de
Oro-. En tanto, por el muñón
configurado en lo siniestro de la siniestra sangre, goteará sangre sobre el huevo
(esto es el misterio del poema, el
ombligo de un sueño, escena plena de inaccesibilidad).
Abandonar,
cesar, renunciar
A solas con su huevo, la hija
fiel, Cordelia, en el transcurso de su larga caída se mira sin contemplaciones.
Y lo que ve, es básicamente “UNA MUJER QUE EMPOLLA UN HUEVO”.
Esa mujer, al mirar dentro del
huevo, no ve nada. O, acaso, ve la nada primigenia en su huevo nonato.
Abandonadas las certezas que
configuraran los rumbos de la pasada
vida de Cordelia antes de los enterramientos y sus filtraciones, más allá de
cualquier deuda hacia ninguna genealogía o proliferación de lenguas,
indecidiblemente cerca / lejos del
lado verdadero / falso del
estupefaciente hongo de la más vida de
la lengua, Cordelia, no más aquélla de “ovario florecido”, se decide a
mirarse en el espejo de Cordelia, una cara en primera persona: Cordelia des-ova UN HUEVO.
Hallar
consuelo
Cordelia se ha despedido de la
pelvis flamígera y ahora es aquélla que moverá
la lengua, lengua con la que la poesía nos trabaja. Para que no reine la
sombra (como cuando Cordelia era sólo hija, fiel cordera); para no retornar-se a “su agonía, su
conversión más tarde, su estadio de iguana”, ella habrá de irrumpir con
palabras de su lengua en lo aún no
creado. Elaborará un artefacto. Trabajará un instrumento. Construirá una
máquina. Fabricará un señuelo VERDADERO: “Cordelia
en Guatemala”.
Extraterritorial-mente, Cordelia des-ovó UN HUEVO. Ese UN HUEVO es Cordelia
en Guatemala, UNA POÉTICA.
(c) Alicia
Silva Rey.
Gracias a Alicia Silva Rey, poeta y aguda crítica, por esta enriquecedora lectura de Cordelia y al blog de Araceli Otamendi, un placer compartir este espacio fecundo. Cariños, Graciela Cros
ResponderEliminarUn abrazo y mi agradecimiento a Alicia Silva Rey por su atenta y lúcida lectura y a Araceli Otamendi por permitirnos compartir este espacio fecundo y enriquecedor. Cariños, Graciela Cros
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