¿Qué fue de los intelectuales?
Enzo Traverso
traducción: María de la Paz Georgiadis
Siglo Veintiuno Editores
(Buenos Aires)
“Si se acepta la cronología que estableció el historiador británico Eric Hobsbawm, para quien el “breve siglo XX” comenzó en 1914 y terminó en 1989, debe admitirse que hemos entrado en el siglo XXI hace veinticinco años y que nos sigue pareciendo opaco. La culpa podría caberle a un modo de vida que algunos califican de “presentista”: nuestras sociedades contemporáneas vivirían en un presente constante, sin capacidad de proyección hacia el futuro y en una relación obsesiva con el pasado, celebrado religiosamente y convertido en mercancía (por medio de la obnubilación ante los museos, las conmemoraciones, el patrimonio nacional…). En este contexto, la dificultad para imaginar un futuro podría afectar también a los denominados “intelectuales”. Actualmente se los oye poco y parecen tener dificultades para definir nuevas utopías. Su historia, desde que aparecen con el caso Dreyfus y se radicalizan durante el período de entreguerras, hasta su borramiento en el gran ruido mediático contemporáneo, es lo que retoma el historiador Enzo Traverso en estas páginas... “
Régis Meyran
En el libro, son varios los intelectuales que aparecen: Edward Said, George Orwell, Marc Bloch, por ejemplo, en la historia del siglo XX, donde la noción de intelectual no puede disociarse del compromiso político.
“...Edward Said y Theodor W. Adorno, que eran refinados musicólogos, dedicaron páginas muy interesantes al contrapunto y la disonancia, una escritura musical y una forma estética fundadas sobre el contraste más que sobre la armonía tonal. Son excelentes metáforas para definir el papel del intelectual…”.
A través de distintas épocas, la definición de intelectual es distinta. Así, por ejemplo:
“...Se suele fechar el nacimiento de los intelectuales con el caso Dreyfus, vista su dimensión ética y política. En Francia, el caso Dreyfus pone en cuestión la República, la justicia, los derechos humanos, el antisemitismo: podemos considerarlo, simbólicamente como un monumento fundacional. Por supuesto, también podemos buscar precursores: los “filósofos”, los hommes de lettres del Siglo de las Luces, eran intelectuales. ..” (...)”Pero la transformación del adjetivo “intelectual” en sustantivo ocurre a finales del siglo XIX. El primero en utilizarlo con su significado actual es sin dudas Georges Clemenceau el 23 de enero de 1898, cuando alude a una petición en defensa del capitán Alfred Dreyfus en su diario L´Aurore. Zola, el autor de “Yo acuso”, se convierte en el paradigma del intelectual. La palabra se emplea luego de manera peyorativa por los antidreyfusistas de la Acción Francesa y en especial por Maurice Barrès, quien ya había abordado la cuestión en su novela Los desarraigados (1897). Para ellos el intelectual era el espejo de la decadencia, una de las grandes obsesiones de la reacción europea en el cambio de siglo: el intelectual lleva una vida puramente cerebral, desvinculada de la naturaleza; está encerrado en un mundo artificial, hecho de valores abstractos, donde todo es medido y cuantificado, donde todo se vuelve feo, mecánico, antipoético. El intelectual encarna una Modernidad anónima e impersonal, no tiene raíces y no representa el espíritu o el genio de una nación. Es un espíritu “cosmopolita”, incapaz de comprender la cultura de un pueblo arraigado en su terruño. El intelectual lucha por principios abstractos: la justicia, la igualdad, la libertad, los derechos humanos; quiere que triunfe la verdad, defiende valores universales…”.
Marx, Trotski, Niezstche, Thomas Mann, Gramsci, Sartre, Camus, André Glucksmann, Bernard-Henri-Lévy, Habermas, John Rawls, Hannah Arendt, Oppenheimer, son algunos de los intelectuales que aborda el libro.
También el pasaje de la “grafosfera” a la “videosfera”, retomando los términos de Regis Debray: “...Esa es una mutación gigante cuya dimensión todavía no se aprecia del todo. La “grafosfera”, que comienza en el siglo XV con la invención de la imprenta y el nacimiento de la cultura del libro, es sustituida por la cultura de la imagen. En la década de 1980, la imagen triunfa con la multiplicación de las cadenas televisivas, a tal extremo que pone en discusion el estatuto de la palabra escrita y, por lo tanto, la función del intelectual…”.
El caso de Michael Onfray, “que sigue siendo un filósofo muy sofisticado cuando se lo compara con Bruno Vespa, el “ensayista” que - cada vez que publica un libro, cualquiera sea su tema - encabeza durante meses las listas de los más vendidos en Italia. Junto con el caso de Onfray, podría citarse el de Roberto Saviano, el autor de Gomorra, que - más allá de cuáles fueran sus intenciones - ya se volvió una verdadera empresa cultural orientada a difundir su imagen y un producto de consumo…”.
Asimismo, las mutaciones de la actividad editorial en Europa y en los Estados Unidos, que se produce a partir de los años noventa, inciden en el contenido de los libros publicados. Los grandes grupos monopólicos deben obtener grandes márgenes de beneficios planificados, que a su vez deben aumentar regularmente. “...Era inevitable que estas transformaciones incidieran de manera considerable en el contenido de los libros publicados. Todo eso está imbricado dentro de un circuito mediático, que hace que, llegada esta instancia, un gran grupo editorial controle toda la trayectoria del libro en su proceso de ideación, producción y distribución como mercancía: posee el sello editorial que lo publica, las cadenas de radio y televisión, los diarios y revistas que hacen la promoción, las librerías, puestos de venta o incluso los supermercados en los cuales podemos adquirirlo. Estos grupos estipulan contratos exclusivos con autores de éxito que deben escribir sus libros dentro de las coordenadas de una estrategia comercial. Así, el destino de un libro no es muy diferente al de un auto o cualquier otro producto. La publicidad y el marketing son fundamentales en el circuito global del producto “libro”...”.
El caso de Michel Onfray y su libro El crepúsculo de un ídolo, por ejemplo, se impondría más por marketing y presentación de manera espectacular, a golpes de mensajes publicitarios: “nos mintieron”, “Freud era un impostor”, etc., en lugar del trabajo cuidadoso de un historiador que buscaría reconstruir con paciencia las razones sociales y culturales de la aparición del psicoanálisis, sus crisis, deudas intelectuales, limitaciones o las ambigüedades políticas de algunos de sus representantes.
El caso de Robert Oppenheimer, convertido en intelectual por haberse pronunciado contra la carrera armamentista, como dijo Sartre y no poder haber fabricado la bomba atómica, también es abordado en el libro.
Traverso dice “...No estoy de acuerdo con decretar el fin del intelectual crítico, que supuestamente ya no tendría papel alguno que desempeñar … El intelectual de presente, que a menudo no es un escritor sino más bien un investigador, debe ser crítico y específico a la vez. La dominación, la opresión, la injusticia no han desaparecido. No podríamos vivir en este mundo si nadie las denunciara…”.
Por otro lado, el cuestionamiento del eurocentrismo en el plano cultural, un nuevo desplazamiento, cuando ocurre la “provincialización” de Europa, en el plano económico y geopolítico, entre las dos guerras. La primera, marca el desplazamiento del eje del mundo de Europa a los Estados Unidos. La segunda divide a Europa, que se convierte en un lugar de confrontación entre las grandes potencias en un mundo bipolar. “...Actualmente asistimos a un nuevo desplazamiento, de orden cultural. En la década de 1930, los Estados Unidos aprovecharon la emigración masiva de los científicos europeos perseguidos por el nazismo. Ahora contratan sobre todo asiáticos, latinoamericanos y muchos africanos. En los departamentos de historia de las universidades estadounidenses, se reduce el espacio otorgado a Europa mientras se expande sin cesar el de Asia y Latinoamérica. Vivimos en un mundo en que la cultura y el imaginario se moldean principalmente fuera de Europa.
Sin embargo, la política de la identidad (identity politics) surgio de las luchas de los grupos dominados y subalternos - los afroamericanos, las mujeres, los homosexuales - que se sumaron a una crisis mayor de la identidad estadounidense tradicional, provocada por la Guerra de Vietnam. Más tarde, con la crisis del marxismo y el final del socialismo real, la noción de identidad comenzó a reemplazar a la de clase en las ciencias humanas y sociales...”.
¿Qué fue de los intelectuales? es un libro que sintetiza en poco más de cien páginas la historia y los casos de los intelectuales más relevantes y su incidencia y rastros en la cultura contemporánea. Incluye también los cambios tecnológicos, internet, las pequeñas editoriales, los periodistas y periódicos no sometidos al gran capital ni a las directivas de los dueños de grandes grupos empresariales que prueban que también puede haber una información libre y crítica.
Enzo Traverso es uno de los más destacados historiadores de las ideas del siglo XX, reconocido por sus estudios acerca de las consecuencias del nazismo, de la violencia totalitaria y de las dos guerras mundiales en la cultura europea. Graduado en la Universidad de Génova, se doctoró en la EHSS de París y durante dos décadas ejerció la docencia universitaria en Francia a la vez que fue profesor visitante en distintos centros de Europa y América. Actualmente enseña en la Cornell University de Ithaca, Estados Unidos. Entre sus libros se destacan La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945), El pasado, instrucciones de uso. Historia, memoria, política, El totalitarismo. Historia de un debate, La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. Sus publicaciones acerca de la historiografía contemporánea, formación de identidades colectivas y memoria son una referencia constante en el campo académico.
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